12 mayo 2011

A los compañeros socialistas de Alfonso Muñoz Mancera

A vosotros, compañeros de Alfonso en la lucha por conseguir un mundo mejor en el que sobrellevar la dura tarea de vivir; a vosotros que os habéis sentado a su lado en tantas reuniones, a aquellos primeros compañeros que iban a su lado campaña tras campaña, a pegar carteles durante horas y horas, calle tras calle, muro tras muro; a aquellos que, junto a él, han creído en un proyecto de futuro pleno de libertades; a aquellos que han confiado, en tiempos en los que era difícil creer en la política, en utilizarla como medio para dar prosperidad a los pueblos; a todos aquellos que hayan podido reír con él en los momentos distendidos que llegaban tras una complicada asamblea; a los que han discutido con él sobre temas en los que hubiese diversidad de opiniones; a aquellos hombres de hace años que supieron unirse en torno a unos ideales, hombres admirables, altruistas y medio locos, que no se paraban a pensar en la escasez de medios de que disponían, en las puertas cerradas que encontraban a su paso, en el escepticismo general que era su principal enemigo, todos aquellos que, partiendo de una escasa base cultural, no se amedrentaban ante los instruidos hombres de traje y despacho.


A los que le acompañaron en su empeño por mover las conciencias y los brazos de sus vecinos con el fin de dar fuerza a un partido cuyas siglas representaban a los obreros, al pueblo; a todos aquellos hombres y mujeres que en los años más recientes trabajaron con él, y lo escucharon, y lo tuvieron en cuenta, y hasta llegaron a valorarlo y algunos incluso a quererlo como un compañero cercano, entregado y dispuesto siempre a colaborar, incansable en su optimismo, servicial, fiel, honesto y humilde. A aquellos que fueron valorados por él, hombres y amigos en los que veía un referente digno de imitar; a su gran amigo del alma desde el inicio hasta el final, Mariano Díaz, al que tanto quiso porque nunca dejó de ver su bondad. A todos los que hoy, de alguna manera, lloran su ausencia y sienten un nudo en la garganta al pronunciar su nombre, porque es señal de que lo quieren.


Para todos vosotros quiero escribir esta noche, con la única compañía de las lágrimas, este mensaje que, sin duda, por haberlo conocido en la intimidad del hogar, donde se suele desnudar el alma sin pudor por la confianza que da la seguridad de estar entre los que te aman, sé que él aprobaría.


Estoy segura de que si pudiese, él mismo os lo enviaría. Ayudásteis todos los nombrados y alguno que haya podido olvidar, a que su dedicación a la política desde el Partido Socialista fuese un trabajo muy gratificante para él; ayudásteis a que pudiera, en un momento tardío de su vida, tras una larga espera de silencio a la que le obligó una dictadura castradora, expresar libremente y sin miedo su ideología socialista, su fe y su amor a la democracia; ayudásteis a que en cada cartel que pegaba sobre una pared, dejase a la vista de todos un poco de la ilusión y el logro que era para él, así como la satisfacción que le proporcionaba aquella mínima expresión de libertad; prestásteis un camino maravilloso, llamado democracia, por el que pudiera caminar un hombre que sólo había conocido los caminos tortuosos del miedo y la represión; le mostrásteis un argumento importante, que, unido a otros muchos, dieron sentido a su inagotable vida.


Os puedo asegurar que, visto desde dentro, esa entrega y ese compromiso eran absolutos. Y puede dar fe de ello su eterna y fiel compañera, Elvira, que padeció sus ausencias con resignación. Su amor a las causas justas, por las que luchaba desde dentro y fuera de la política, eran un aliciente fundamental para su vida; su orgullo ante el ascenso de algunos de esos compañeros de fatigas, como el de su querido amigo Salvador Pendón, era muy elevado, precisamente porque nunca olvidó de dónde venían. Y eso es lo que hace más grandes a los grandes hombres: crecer sin olvidar las raíces, para poder así sentir y valorar más los éxitos. Él siempre tuvo presente de dónde venía, y al contrario de lo que algunos puedan pensar, alardeó de ello con la cabeza muy alta. Aprendió a leer a la luz de un candil, durante las horas noturnas que robaba al sueño y al merecido decanso tras una larga jornada en el campo, trabajando la tierra. Y lo hizo porque alguna voz misteriosa le susurró al oído, siendo aún un niño, que la palabra era importante, y que sería fundamental en su vida.


Y supo del valor de la palabra en un tiempo en que la palabra no se usaba para convivir, cruelmente suplantado su espacio por la fuerza bruta. Y así pudo beber de la sabiduría escondida entre las páginas de tantos libros, tantos que siempre se quejaba de que le faltaba vida para todos los libros cerrados cuyos misterios quería descubrir. Y así pudo escribir tantas líneas llenas de belleza y sentimiento y tantos versos llenos de pasión y emociones maravillosas. Y así, aquel niño especial que juntaba las letras a la luz de un candil, acabó yendo a la universidad con más de setenta años de vida. Creía en la política, luchaba por dignificarla, porque la política la hacen los hombres y él creía en los hombres. Él os diría que intentéis mantener esas miras, que mantengáis alejadas las malas hierbas que envenenan el campo, que luchéis por mantener la dignidad que contribuya a la confianza de todos los pueblos en la posibilidad de un trabajo honesto, en la esperanza de un futuro mejor. Puso su grano de arena. Cientos de granos de arena como el suyo pueden crear una montaña tan sólida que sea imbatible frente a los vientos huracanados.


Es lo que a él le gustaría, sería su mejor recompensa que el fruto de su trabajo y de tantos como él, nunca fuese pisoteado por los vaivenes de la historia que está por escribir. Quiero daros las gracias en nombre de todos los suyos por haberlo acogido, por haberlo hecho uno más de los vuestros, por haberlo valorado, escuchado y querido, por haberle ayudado a disfrutar de un mundo libre antes de marcharse. Gracias en el nombre de todos sus hijos, que si cerramos los ojos, aún podemos verle salir de casa con un montón de carteles enrollados bajo su brazo y un cubo de cola en su mano.


No olvidéis su nombre, gran nombre para un gran hombre, ALFONSO MUÑOZ MANCERA


Gracias, compañeros…